Memorias del #8M2021: Fuimos todas

En conmemoración al Día Internacional de la Mujer, ayer se convocó a la Marcha sobre ruedas, una manifestación exclusiva para mujeres, mujeres trans y personas no binaries. ¿La asistencia al llamado? Alucinante. Intentar contarnos resultaba irreal: éramos tantas que solamente los drones podrían ratificar esa magnitud. Pero cada una, como testimonio corpóreo, lo confirmamos: no fuimos una, no fuimos 100, medios amarillistas yucatecos, cuéntennos bien.

Esta fue la primera marcha para muchas compañeras jóvenes. Abrazadas por el ambiente sororo, poco a poco, sacaron la voz. Se unieron a las consignas. Gritaron. Cantaron. Bailaron. Se dejaron sentir en hogar. Porque a diferencia de las enseñanzas machistas, eso es lo que somos entre nosotras: un lugar seguro, no un campo de batalla ni una competencia.

Para otras, caminar lado a lado, nos hizo recordar marchas pasadas. Abrazos pasados, esos que hoy extrañamos. Los cubrebocas tapaban nuestros rostros, pero nuestras voces se sentían como una sola.

El paisaje se encontraba repleto de patines, patinetas, bicicletas, perritos jadeando de calor, puños alzados, carteles a la altura de nuestras cabezas. Y la marcha no fuimos solo nosotras. También lo fue la mujer quien, desde su carro al otro lado de Paseo de Montejo, ondeaba su bandera morada y quienes, al vernos pasar, se unían. Señor, señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente, gritamos en unísono.

Y nuestra marca, más que huella, fue garra. Arrancamos la falsa paz de sus monumentos porque a nuestro Gobierno no le importa quienes nos privan de la nuestra.

Nuestro miedo convertido en rabia nos permite reclamar, exigir, protestar, intervenir. Nos preguntan por qué lo hacemos. Y nosotras, con ceño fruncido y puño alzado, refutamos:

¿por qué NO hacerlo?

¿por qué NO indignarse?

¿por qué NO gritar por quienes ya no pueden?

¿por qué NO exigir justicia ante la impunidad?

¿por qué NO quejarnos cuando nos pisotean?

La historia —nuestra historia—está cambiando y los símbolos también. El vitoreo se intensifica. El Monumento a los Montejo se viste de nuestras manos llenas de pintura y carteles. ¡Fuimos todas, fuimos todas!, gritamos hasta rajar nuestra garganta. Al ritmo de la batucada, el baile y el canto, la estatua de Andrés Quintana Roo, del Parque Santa Ana, padeció el mismo destino.

Pero no todo fue gritos. En honor a las que ya no están, nos hincamos con el puño alzado. Dentro del silencio, los nudos de garganta eran palpables. A veces, las palabras dejan de ser suficientes. Para expresar tanta ira, solamente nos quedaron nuestros pechos contraídos en medio del frío nocturno.

De pronto, Canción sin miedo empezó a sonar y todas nos unimos a ella:

Que tiemble el Estado, los cielos, las calles
Que tiemblen los jueces y los judiciales
Hoy a las mujeres nos quitan la calma 
Nos sembraron miedo, nos crecieron alas

Los nudos de garganta se empezaron a deshacer. En unas, se volvieron cantos; en otras, ojos cerrados y lágrimas ahogadas. Pero todas compartiendo el mismo sentir: la furia hacia un Estado misógino y feminicida.

El remate de la noche fue, lo que llamaremos, la fogata feminista. El incendio simbólico de los cuerpos de mujeres asesinadas, desaparecidas, masacradas, violentadas y, peor aún, ignoradas. El fin de nuestro silencio, pero también el inicio de nuestra unión y amor feminista.

Esta fogata, y los monumentos intervenidos, son nuestro nuevo símbolo: Basta de la violencia machista que nos mata día con día. Basta de querer hacernos sentir pequeñas. Basta de arrebatarnos los derechos que merecemos. Basta de vernos como simples cuerpos sin valor.

Nuestra intención nunca ha sido agradar, sino ser escuchadas. Somos conscientes que, para esto, varios sentires se verán incomodados. Los grandes medio locales no son autocríticos y tergiversan los hechos. Les invitamos a preguntarse: ¿realmente nos están viendo, o solo se están fijando en una mancha sobre una piedra sin valor? ¿realmente nos están escuchando?

La noche terminó. En grupos pequeños, las compañeras se dirigían a sus casas. Los policías se hacían notar, deambulando por el parque. Pero nosotras dejamos nuestro mensaje bien plantado: Aquí estuvimos y aquí estaremos.

Fuente: Haz Ruido




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