Egos marchitos
A los ocho años, cada que hacía un ejercicio bien mi instructor de ping-pong me daba una nalgada. Un día platicando con mamá le comenté de esto. Al día siguiente no volví a esas clases. A los nueve años, mi hermano y yo sacamos un seis en Historia y un siete en Geografía, respectivamente. Habíamos ido a visitar a la abuela, pero nuestro padre no estaba contento. No nos dejaba de decir que éramos unos burros. Mi abuela tenía en la entrada una bella puerta tallada con hermosos detalles. Al irnos, yo enfrente de papá, él con toda su fuerza azota mi cabeza contra los huecos de aquella puerta. No sé por qué lo hizo, mi abuela gritó de enojo. Yo estaba impactada y asustada. Desde entonces, procuraba sacar buenas calificaciones. Al terminar la primaria, me dieron un diploma de Excelencia Académica. No recuerdo dónde dejé arrumbado ese papel. A los quince años, me gustaba sentarme hasta atrás en el camión al volver a casa. Todos odiaban el golpeteo al pasar por los topes, pero a mí me gust...